Separar el mundo de los vivos del mundo de los muertos

Por Florencia Pérez Calonga

De la mejor manera, de Jorge Eiro, Federico Liss y David Rubinstein. Con Federico Liss y David Rubinstein. En Rodney Bar. Rodney 400. Funciones: sábados y domingos 19.30 hs.

El teatro fuera del teatro no solo se propone como un posible escape de lo convencional, también supone un cuestionamiento y una alteración de las formas que permite dialogar e incorporar otras realidades y lenguajes. En esta oportunidad, el espacio del mítico Rodney Bar se vuelve sede de una propuesta teatral que nos invita a salir de la zona de confort para explorar nuevos mundos posibles. Ubicado en uno de los laterales del Cementerio de la Chacarita, este reducto emblemático del rock porteño que separa estratégicamente el mundo de los vivos del mundo de los muertos se despoja de su historia por unas horas para transformarse en el punto de encuentro de dos hermanos tras la muerte de su padre.

En el interior del bar la espera se vuelve eterna, los espectadores beben impacientes de sus copas mientras aguardan que la maquinaria teatral se active. Solo es cuestión de segundos para que el silencio de ultratumba que se percibe en el ambiente se rompa de manera abrupta con la estrepitosa frenada de una camioneta en la vereda. La música que proviene del interior del vehículo suena a todo volumen, mientras descienden dos personas totalmente fuera de sí, cargadas de adrenalina y comunicándose a los gritos. En medio de toda esta vorágine, comienzan a quebrarse todos los límites entre la realidad y la ficción. Ellos no actúan, ellos son y es en ese ser que generan que el público pase de ser un espectador pasivo a incorporarse y formar parte de la ficción.

Nada es fácil en medio de un duelo y las actuaciones de Federico Liss y David Rubinstein lo demuestran en carne viva. Cada uno de ellos tiene un perfil muy definido y es en esa singularidad que logran proyectar todas las miserias humanas que se ponen en juego en el momento de enfrentarse con una situación de angustia extrema. Hay algo en la construcción de sus personajes y en la torpeza de sus movimientos que deja en evidencia el estereotipo social de macho dominante que forma parte del folklore nacional. Desde la forma en la que hablan se los presenta como hombres básicos, incapaces de controlar sus emociones más primarias. Ellos dicen lo que piensan y muchas veces sin pensar demasiado, lo que provoca que, por momentos, todo se llene de ruido y de silencio a la vez.

El texto a cargo de Jorge Eiro, Federico Liss y David Rubinstein expone de forma cruda una operación que permite a los espectadores identificarse con el dolor que cargan los protagonistas y los invita a reflexionar sobre lo que queda cuando alguien que forma parte de nuestro entorno más cercano abandona el plano terrenal de forma precipitada. Para romper con la carga dramática que implica colocar a la muerte en el centro de la escena, apelan al humor como herramienta principal y de la mejor manera logran despojarla de su propia condición de tabú.

Lo más interesante de esta obra son las situaciones impredecibles que se generan cada vez que los actores salen a la vereda y se encuentran con los transeúntes, algo que produce que se abra un tiempo experiencial único y habilita que en cada función todo sea posible. Estos momentos inesperados, condenados muchas veces a la eterna interrupción, demuestran que el espacio escénico es sin dudas el protagonista esencial de esta propuesta y le adjudica un encanto particular.

Formar parte de esta experiencia demanda un trabajo interno que requiere la capacidad de aprender a mirar la pérdida desde otro lugar. De la mejor manera es una obra profunda que expone el teatro como forma de ir al encuentro de otras realidades. Disolviendo todos los límites, nos propone una ficción cruda, cargada de escenas y actuaciones maravillosas, que, en sus propias condiciones, se muestra como lo más real que existe.

Imágenes de Florencia Pérez Calonga.

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