Crear nuevos mundos a partir del caos

Por Florencia Pérez Calonga

El mundo es más fuerte que yo, de Juan Coulasso y Victoria Roland. Dirigida por Juan Coulasso. Con Victoria Roland, Flor Sanchez Elía y Matías Coulasso. En El extranjero. Valentín Gómez 3378. Funciones: viernes 20 hs.

Cuestionar los límites de la propia teatralidad es algo que se viene instaurando en las artes escénicas cada vez con mucha más fuerza. Desde diversos espacios de experimentación se generan nuevas propuestas que invitan a reflexionar sobre los límites que existen entre la realidad y la ficción. El mundo es más fuerte que yo es, sin lugar a dudas, una de ellas. En esta obra nada es lo que parece ser o, al menos, eso es lo que se pretende cuestionar.

Si bien está anclada en un espacio teatral, no estamos frente a una producción que se aferra a los conceptos del teatro tradicional. Desde el momento en que los espectadores ingresan a la sala de El extranjero pueden observar cómo tanto el espacio escénico como el espacio espectatorial están dispuestos de forma caótica, con una platea desarmada sobre el escenario que evoca una especie de campo minado, detonado y listo para la batalla.

En medio de esa barricada se encuentra Victoria Roland, la cocreadora y única autopercibida actriz en escena. Ella está inmóvil sentada en el respaldo de un sillón viejo y destruido y desde allí recibe a los espectadores esbozando una sonrisa de Miss Universo forzada. En medio de este caos, la asistente (Flor Sanchez Elía) y el director de la obra (Juan Coulasso) ofician como ayudantes y vuelven a rearmar junto con los espectadores el espacio teatral desde las ruinas. Una vez instaurado el orden, la guerra parece haber llegado a su fin, pero eso es solo lo que aparenta ser, porque lo que consideramos lo correcto va a estar a punto de desmoronarse todo el tiempo a lo largo de la interpretación.  La verdadera guerra se va a dar en escena entre los espectadores y los intérpretes que se van a encargar de poner en evidencia la obviedad del artificio teatral quebrando todas las convenciones que forman parte de él.

La obra se presenta con dos secuencias diferenciadas que se superponen constantemente, un eterno devenir en el que, por un lado, Victoria Roland presenta la obra que escribió junto al director Juan Coulasso, siempre en escena, y detalla minuciosamente lo que va a pasar a lo largo de la noche. Y, por otro lado, se encuentra la interpretación en sí misma empleando retazos del texto clásico Ifigenia en Áulide, que evidencia el impulso del teatro a representar. De esta forma logran desprenderse y poner en conflicto las estructuras que a lo largo de los años se construyeron alrededor de lo que comunmente se considera una obra de teatro convencional.

Todo está expuesto en la escena, la asistente, el director, la actriz y la música a cargo del baterista Matías Coulasso, que se vuelve un intérprete más en esta ceremonia. La música cumple un rol clave, la batería irrumpe con tanta fuerza que es capaz de desestructurar todo a su paso. Los personajes de esta obra son seres frágiles que se estremecen, que se mueven a su ritmo, que hacen mucho o directamente no hacen nada. La representación de Victoria Roland resulta sublime, ella va mutando y se apodera de la escena, mientras su maquillaje comienza a degradarse y su larga cabellera se apodera de su rostro.

Por momentos todo ocurre demasiado rápido, desde la música se produce una sensación de aturdimiento con una batería que no para de sonar, y desde los movimientos se simula una especie de trance místico con cuerpos que se mueven frenéticamente hasta el cansancio. En medio de esa vorágine, los espectadores se ven inmersos en una ceremonia colectiva en la que se disuelven los límites de la propia existencia. El resultado es una pieza artística en la que conviven la música, la danza y la performance de una manera casi sobrenatural. Esta no es una obra en contra de la representación, sino que juega irónicamente con ella y la pone de cabeza para revelar todos sus mecanismos. Una constante lucha por desarmar, armar y volver a dinamitar todo para exponer la propia vida como hecho artístico. El mundo es más fuerte que yo nos invita a descubrir que detrás de esa resistencia también hay una forma hermosa de hacer teatro.

Imágenes de Instagram.

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