Animarse a mostrar

Por Caterina Niello

Oscar Wilde, escritor irlandés e ícono gay, expresaba en una de sus obras: “existe solamente una cosa en el mundo peor que hablen de ti, y es que no hablen de ti”, y que, por lo tanto, por omisión, nuestra existencia no sea validada. La comunidad LGBTTIQ+ (lesbianas, gays, bisexuales, transexuales, transgénero, intersex, queer y más) bien sabe de esto, dado que la invisibilización de sus identidades y orientaciones se ha producido sistemáticamente a lo largo de los años. Estos “olvidos” poco inocentes se pueden notar tanto en documentos históricos como en la falta de representación en películas infantiles de animación.

En los últimos años, la comunidad comenzó a ser retratada con más frecuencia en series de animación para niños y niñas. Algunos ejemplos son: Adventure Time (2010), en la que dos personajes mujeres se besan; Avatar: La leyenda de Korra (2012), cuya protagonista es bisexual; Clarence (2014), donde uno de los personajes es hijo de una pareja homoparental; y Steven Universe (2013) que, además de sus variados mensajes feministas, seres andróginos y genderfluid, muestra un casamiento entre dos personajes que, si bien no son humanos, están identificados como mujeres.

En Occidente, algunas producciones para adultos, como las series animadas Los Simpsons, South Park o Padre de Familia, entre otras series y películas mainstream, tocan temáticas del colectivo, específicamente homosexual y bisexual (demostrando, al mismo tiempo, que las personas trans tienen una menor o casi nula representación), con sus estereotipos y estigmatizaciones propios. Sin embargo, en este ensayo el interés está volcado en las producciones destinadas a un público menor de edad y su posible repercusión en las infancias.

Si bien las series infantiles mencionadas comienzan a representar identidades y sexualidades no heteronormadas, son solo una pequeña parte de una programación más amplia. Además, poseen también un público consumidor adolescente y adulto. La invisibilización del colectivo es más notable aún en las películas animadas, en las que la “heterosexualidad obligatoria” está todavía mucho más presente. Este concepto, desarrollado por Adrienne Rich en su ensayo Heterosexualidad obligatoria y existencia lesbiana, explica cómo se lleva a percibir la homosexualidad en una escala que va desde la desviación hasta volverla invisible e inaceptable como opción. Aunque la autora hace este desarrollo específicamente en relación con la invisibilización de lo lésbico, puede aplicarse también para todas las identidades y orientaciones que salen de la norma.

La poeta feminista norteamericana retoma en su trabajo a la antropóloga Kathleen Gough quien, en El origen de la familia, enumera características del poder patriarcal en sociedades arcaicas y contemporáneas. Una de ellas es la capacidad de imponer la sexualidad mediante la idealización del amor heterosexual en el arte, la literatura, los medios de comunicación y la publicidad.

Los medios audiovisuales, especialmente la animación infantil, con su función educadora y moralizante, tienen un papel fundamental, entonces, en la imposición de la heterosexualidad obligatoria. En películas de grandes productoras, como Disney, esto es mucho más que evidente. La idea de que la única orientación sexual posible es la heterosexual se expresa en todos sus films, desde Blancanieves (1938) hasta Frozen (2014). En Blancanieves, la protagonista es maldecida por su madrastra y cae en un sueño eterno, del cual solo puede despertar cuando el príncipe la besa (sin su consentimiento) porque el verdadero amor es, siempre, heterosexual. Casi 80 años después, llega Frozen, que fue leída por parte del público y de la crítica como un mensaje de liberación femenina porque su protagonista se rebela contra su destino y no está casada con un hombre, pero no se sabe si eso se debe a que es lesbiana o porque tiene 21 años y simplemente no le interesa. Sin embargo, la película del reino de los hielos sigue replicando la heteronorma con la hermana de la protagonista, una princesa cuyo mayor deseo es conocer a un hombre y casarse.

En otras películas, como Para Norman (2012), How to Train Your Dragon 2 (2014) y Zootopia (2016), hay cameos, menciones o pequeños guiños que indicarían la presencia de personajes homosexuales. La saga de Shrek, por su parte, parece ser un caso particular, ya que no solo hace una representación más ruda de las princesas de Disney, que ahora pueden luchar solas sin necesitar de los hombres, sino que también muestra personajes como Doris, una de las hermanastras de Cenicienta, que es mujer trans, un Pinocho que usa ropa interior femenina, o el lobo de Caperucita, que se viste de mujer simplemente porque le gusta. Pero esta forma de representar desde lo oculto, lo estereotipado y la burla, más que visibilizar el colectivo, pone en evidencia el temor a hacerlo de una manera directa, no estigmatizante.

“El miedo es una reacción natural a una situación desconocida”, se comenta muy oportunamente en Shrek. De ese temor a lo desconocido, muchas veces puede surgir el odio. Ignorar y desaparecer un colectivo entero puede repercutir en la discriminación de identidades y orientaciones sexuales. La existencia de referentes positivos en los medios audiovisuales, entonces, no solamente habilita el reconocimiento en las infancias LGBTTIQ+, sino que también fomenta la inclusión entre los niños y niñas que tengan una familia y un crecimiento heterosexual. Animándose a mostrar, lo desconocido se hace presente y los miedos se deshacen.

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