Una familia en la década del 80

Por Juan Pablo Puentes

La casa del río, de Jorge Castaño. Dirigida por Jorge Castaño, con Franco Campanela, Gustavo Ferrando, Claudia Fieg, Mateo Isetta, Antonella Jaime, Rita Nuñez y Verónica Vergottini. En Timbre 4, Boedo 640. Funciones: domingos 18:00hs (hasta el 26/05). 

En un país que atravesó un genocidio, hay preguntas que vuelven sin cesar. ¿Cómo recordar a aquelles que ya no están? ¿Qué tipo de marcas dejó en la intimidad de las familias la última dictadura cívico-militar? ¿Cómo transita la infancia una hija que tiene a su padre desaparecido? ¿Cómo rehace su vida una esposa que no sabe qué sucedió con su marido? ¿Cómo sopesan la ausencia sus hermanes y sobrines? ¿Qué dicen esas ausencias acerca de nosotres? Todas ellas son preguntas posibles cuando une sale de ver La casa del río.

Estamos a mediados de la década de 1980 y una familia cumple un ritual: todos los veranos, tres hermanos, una cuñada y tres hijes pasan sus vacaciones en una casa cerca del río. La familia cumple el deseo de una abuela y madre fallecida, pero el pasado reciente de Argentina vuelve a la cotidianeidad familiar y pone en cuestión esa tradición que se presupone de relajo, descanso y disfrute. 

La dramaturgia de Jorge Castaño (actor de la multi-premiada La omisión de la familia Coleman, de Claudio Tolcachir), trabaja, por un lado, la alusión a la última dictadura cívico-militar, sin caer en la denuncia explícita, dado que la política aparece a través de lo no dicho y de la ausencia. Por otro lado, el texto de Castaño refiere a las adicciones y problemas de salud de una familia de clase media, como el alcoholismo de uno de los personajes, o la bulimia de otra. 

¿Cómo hace una madre para ayudar a una hija con desórdenes alimenticios? ¿Cómo hace un hijo adolescente para ayudar a un padre alcohólico? ¿Cómo hacen una niña y una esposa, para procesar la ausencia de un padre? ¿Cómo suceden la juventud, la maternidad, la paternidad y los mandatos establecidos en los albores de la democracia? Las respuestas a tales interrogantes se disipan en la medida en que la familia transita la cotidianeidad de las vacaciones. Ahí aparecen la música de la década del 80, y se destacan las actuaciones de los personajes adolescentes, quienes tocan la guitarra y cantan, en la intimidad de la cocina de una casa, melodías que nos llevan en un viaje sentimental hacia canciones que hoy son clásicos del rock nacional. 

La puesta en escena en Timbre 4 nos permite adentrarnos, como espectadores, en esa intimidad familiar. Quienes vemos la obra lo hacemos desde las gradas, vemos desde arriba una cocina, un sillón y, hacia atrás, la puerta de un baño. Los personajes entran y salen a la escena de la cocina y el preciso trabajo de iluminación ayuda a crear climas que van de la algarabía a la tristeza. En una primera instancia, una de las tías, junto a les adolescentes, nos llevará a un momento de relajo donde estamos observando el disfrute y la calma de las vacaciones. Luego el diálogo entre tía y sobrina, acerca de cómo hacer frente a la bulimia y cómo hablarlo en la familia, tensa el ambiente. Finalmente, aparece el resto de la familia adulta: dos hermanos que, sin aviso, llegan a las vacaciones. 

En momentos en que el negacionismo está de fiesta y los tanques de desinformación masiva apelan al olvido, La casa del río es una oportunidad para pensar los efectos del genocidio sobre la vida de una familia típica de Argentina. 

Imágenes: Prensa e IG de la obra

Deja un comentario