Pequeño drama de pueblo chico

Por Silvana Smaldoni

Los agravios. Escrita y Dirigida por Dario Levin. Con Yanina Frankel y Ezequiel García Faura. En Sala de pies a cabeza. Manuel Belgrano 22275, Ituzaingo. Funciones: domingo 10 de septiembre, 19:00 hs.

¿Qué pasaría si nos detuviéramos en lo inadvertido? ¿Cuánto nos perturbaría permitir que cada palabra pese lo que deba pesar? Si tuviéramos tiempo de percibir lo que nos molesta, si construyéramos una poética del agravio, ¿podríamos transformar nuestros lazos? ¿Podríamos contar con el otro?

El Cuqui, (Ezequiel García Faura), es un joven que empieza a preguntarse por el afuera con la inocencia de quien ve la ciudad desde la periferia. La única información que recibe es a través de los camioneros que paran en la estación de servicio del pueblo. Su vida no presenta grandes vaivenes, sale a beber con los muchachos y ofrece un servicio de niñero a sus vecinos. Según él es: “la mejor niñera del pueblo”, ofrece cuidados a La Mecha, hija de La Vivi, mientras ésta trabaja en el campo. La Vivi, (Yanina Frankel), es una mujer ruda de “labios cocidos”, por mandato de su madre, -quien la amenazaba con esta imagen por hablar de más-, cría a su hija en soledad, con fortaleza y sabiduría. Ella cumple con sus rutinas y cuida de su Vivi, así como cuida de su otro hijo, el campo. Aunque se presentan como personajes rústicos, ambos esconden un tamiz de ternura y sensibilidad que se va develando a partir del avance de la historia. Se tematizan los prejuicios, la femineidad en el hombre, la masculinidad en la mujer, (o la hegemonía que presentan estas categorías), las tareas de cuidado y se construye una gramática relacionada a los discursos de odio en el escenario cotidiano.

En esta pieza, se desarrolla una puesta sutil en la que se privilegian la narrativa y las actuaciones que sostienen el relato. La escenografía es acotada y se presentan pocos elementos es escena, entre ellos algunos instrumentos musicales que serán preponderantes en todo momento. En relación al contexto, se propone un traslado del espacio campestre al escenario, se presenta a dos personajes sencillos, que no trascienden más allá de la llanura. Vecinos de pueblo chico, de techos bajos y sueños cortos, que presentan una historia simple, acumulada de múltiples sentidos.

Hay algo de la llanura que se desarticula cuando una noche el Cuqui se presenta en condiciones poco confiables para el cuidado de una bebé y La Vivi, ofuscada con las circunstancias, le responde con una ofensa. Posiblemente para Vivi esto esté totalmente justificado, pero no deja de repasar el momento en sus pensamientos y aquí lo improcedente deja de ser una simpleza. “Todos los días suceden agravios”, canturrean los personajes. En un mundo en el que, en mayor o menor medida nos disponemos a sobre adaptarnos a esto simuladando desinterés, crece la violencia entre las personas y así, naturalizamos el error, la violencia y los insultos. La propuesta pone el foco en las consecuencias sensibles que pueden producirse en las personas cuando atraviesan un pequeño trauma que podría modificar sus vidas, parafraseando al autor y director, Darío Levin.

A partir de las posibilidades emancipadoras que tienen algunas emociones, como la indignación que, a su vez, implica una superioridad moral, aunque breve o injustificada, se detiene a los personajes en un enojo, un recelo inmutable. Nadie pide disculpas, pero ambos la reclaman. De pronto el espacio es un campo donde se juega la dimensión política de la interpretación. En esta puesta, un agravio aparentemente mínimo puede irrumpir terriblemente, dejar cicatrices hipertróficas, abrir la puerta para revisar una sintaxis de los afectos. Si bien el texto desliza conflictos estructurales subyacentes, lo que da lugar al agravio es una nimiedad.

Como público uno se lamenta al ver cómo peligra la cohesión entre los personajes, aunque no termina de desentramarse ese tejido amoroso que los une, disfrazado de malhumores y quejas. Es fácil empatizar con esos cuerpos conectivos, porque nos hablan de los gestos cotidianos, nos hacen parte. La arquitectura argumentativa es transparente, abre el campo sensible entre tanto bullicio y problematiza la posibilidad de que un agravio no pase desapercibido, porque donde hay silencio hay emoción, aunque nos escudemos detrás de la rudeza.

La propuesta se orquesta entre la ternura de dos personajes desinteresados y la invitación a respirar un paraíso campestre, verde y silencioso, despojado de la hostilidad citadina.  La obra parece tratar sobre algo muy pequeño, que a la vez que lo expande busca que continúe siendo pequeño, que no pierda esa condición. De esta forma un agravio, un desatino, o un gesto que desplace la ternura rompe con un estado de constante armonía. Los Agravios es una invitación para percibir la grandeza que se esconde en lo cotidiano. El desafío es descubrir la belleza que se produce en esa conmoción.

Imágenes de prensa

2 comentarios en “Pequeño drama de pueblo chico”

Deja un comentario