Mi mamá, ¿me mima?

Por Lucía Larios

Mi mamá soy yo, de LucianoCazaux.Dirigida por Luciano Cazaux. Con Martina Perret, Ana Praderío y Sofía Maluf. En Teatro El Tinglado. Mario Bravo 948. Funciones: sábados 17 hs.  

La abuela piensa que ella es su madre y, a su vez, que su hija es ella. Su hija no puede más y además tiene que lidiar con su madre que la ve como si fuera ella misma cuando era joven. La nieta tiene que andar adivinando las historias de su madre que. además, tiene que lidiar con una hija adolescente, semi adulta, a la que sobreprotege, como no la protegieron a ella.

La acción transcurre entre una tarde y una madrugada. Llegan a una casa pequeña, presentada con una escenografía de tres paneles pintados de forma esquemática y algunos elementos de mobiliario intervenidos que alcanzan para armar el espacio. Un espacio que se rearma en cada salida de las actrices y que, al final, se termina de construir como hogar. Allí se desarrollan tres historias. Una que recién empieza, la de la nieta, otra que está en conflicto con su desarrollo, la de la hija, y la que se encuentra en el momento del perdón de su vida, la de la abuela. Más allá de sus propios dramas personales hay algo que las conecta.

Tres generaciones en el escenario; tres generaciones de mujeres que cuentan sus amores, sus secretos, sus frustraciones, sus vidas perdidas en el deber ser. Su distracción es una televisión que se cuela como metáfora. Las vidas de cada una de ellas pasan como un zapping a través de los tiempos. La historia de cada una se presenta como flashes de recuerdos, vivencias, noticias. Los secretos se develan entre charlas distorsionadas y preguntas agudas.

Las actuaciones de Martina Perret (Ana, la madre), Ana Praderío (Isabel, la abuela), y Sofía Maluf (Emma, la nieta), resaltan cada aspecto de sus personajes. Construyen en cada gesto, en cada interacción, en cada diálogo las características de esas mujeres que son como tantas mujeres fuera de las tablas. Y en sus diálogos cada una tiene su momento para mostrarse, con el permiso del tiempo necesario, cada cual como la sociedad les dijo que deben ser, por separado. Una abuela dura y fría que le enseñó a su hija, con mano dura, a soportar los golpes de la vida. Una hija madre soltera, proveedora, educadora, cuya generación intenta tanto cambiar las formas distantes de la anterior que genera dependencia. Y una adulta joven, eterna adolescente que no tiene oportunidad de demostrar hasta dónde puede llegar su sabiduría, porque no se le da espacio. El común denominador es el silencio de las propias batallas. Un silencio ensordecedor que se cierne sobre los hombros de cada una y las deja solas, sin que puedan recurrir a las otras para atravesar sus crisis. ¿Cuántas de esas historias nos rodean? ¿Y en cuántas los secretos, las omisiones terminan estallando como un volcán?

Pero la insanía de la vejez les traerá suerte: la abuela senil y su metamorfosis en su propia madre será el bálsamo que cada una de ellas necesita para abrir el dique que frena sus emociones. Les dará espacios y sinceridad y así podrán conocerse entre sí, confiar las unas en las otras para construir una pequeña comunidad dentro de cuatro paredes de colores. Una comunidad que en el libreto es metáfora de femineidad guerrera, de grupo de amor y contención. Un aprendizaje para llevarnos fuera del teatro a cada casa.

Imágenes de prensa, PH María Bessone.

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