Un laberinto grande, peludo, monstruoso

Por Ricardo Wildman

Eric (Reino Unido, 2024), dirigida por Lucy Forbes. Guión: Abi Morgan. Con Benedict Cumberbatch, Gaby Hoffmann, Ivan Morris Howe y McKinley Belcher III. 

En su nueva miniserie Eric, Netflix nos sumerge en el turbulento mundo de Vincent, un titiritero alcohólico interpretado por Benedict Cumberbatch, cuyo hijo de nueve años desaparece misteriosamente camino a la escuela. La premisa es intrigante: para lidiar con el trauma, Vincent da vida a Eric, un monstruo peludo azul ideado por su hijo desaparecido. 

Resulta inevitable evocar a Where the Wild Things Are (2009), película de Spike Jonze basada en el cuento homónimo de Maurice Sendak, referencia ineludible de esta miniserie. Sin embargo, mientras Jonze logró capturar la magia y la melancolía de la infancia, Eric se hunde en un pantano de ideas a medio cocinar y metáforas pesadas. Lo que podría haber sido una exploración desgarradora del dolor parental y la culpa, se convierte en un abigarrado collage de referencias pop y comentarios sociales que, lamentablemente, no logra cuajar en una narrativa coherente.

Cumberbatch, como siempre, entrega una actuación magistral. Su Vincent es un antihéroe fascinante, un genio creativo cuya arrogancia y adicciones han envenenado sus relaciones personales. La química entre Cumberbatch y Gaby Hoffman, quien interpreta a su esposa Cassie, es palpable, y sus escenas juntos son de lo más destacado de la miniserie.

La guionista Abi Morgan, conocida por filmes excepcionales como The Iron Lady (de Phyllida Lloyd, 2011) o Shame (de Steve McQueen, 2011), claramente tenía grandes ambiciones. Eric no se contenta con ser un thriller sobre un niño desaparecido o un estudio de personaje sobre un hombre con problemas mentales. Al situar la historia en la Nueva York de los años 80, Morgan aborda temas como la política municipal, la crisis de vivienda, las tensiones raciales y la epidemia del SIDA. Es un enfoque ambicioso que recuerda a las grandes novelas urbanas de autores como Tom Wolfe o Don DeLillo.

Sin embargo, donde esos autores lograban tejer una trama cohesiva a partir de múltiples hilos narrativos, Morgan parece perderse en su propio laberinto. Subtramas sobre clubes nocturnos turbios, elecciones locales y casos de personas desaparecidas compiten por la atención del espectador, diluyendo el impacto emocional de la historia central. El énfasis obsesivo en el racismo, particularmente, parece no dejar lugar a segundas interpretaciones: pasa de ser un leitmotif sutil a un tema pre-masticado, digerido y regurgitado, una suerte de reprimenda repetida hasta el cansancio desde un lugar de superioridad moral, sacudiendo el dedito índice en ademán aleccionador. 

La serie brilla en su aspecto técnico. La recreación de la Nueva York de los 80 es impresionante, con calles sórdidas y una atmósfera de decadencia que casi se puede oler a través de la pantalla. La banda sonora, repleta de clásicos de la época, es otro punto alto, aunque a veces cae en lo obvio (¿Lou Reed cantando «Heroin» para una escena de consumo de drogas? Podían haberse inspirado un poco más).

Quizás el elemento más controvertido de Eric sea el propio monstruo titular. La decisión de hacer que Vincent interactúe con esta criatura imaginaria en público lleva a escenas que bordean lo ridículo. Es difícil no pensar en Fight Club (de David Fincher, 1999), otra historia sobre un hombre que proyecta sus demonios internos en una figura imaginaria. Pero mientras Fight Club exploraba la masculinidad tóxica con un humor negro mordaz, Eric parece tomar su premisa demasiado en serio.

En última instancia, Eric es un relato frustrantemente inconsistente. Por cada momento de brillantez actoral o visual, hay otro de confusión narrativa o sentimentalismo excesivo. Es como si la serie, al igual que su protagonista, estuviera luchando contra sus propios demonios, incapaz de decidir qué quiere ser realmente.

Al final, uno no puede evitar sentir que hay una historia poderosa sepultada en algún lugar de Eric, una historia sobre el dolor, la culpa y cómo nos aferramos a lo fantástico cuando la realidad se vuelve insoportable. Pero al igual que Vincent, perdido en sus propias alucinaciones, la serie recorre un camino demasiado enrevesado para llegar a puerto.

Eric es un experimento audaz que, lamentablemente, no logra cumplir con sus ambiciones. Como el monstruo peludo que le da nombre, es una criatura fascinante pero decididamente frustrante, un recordatorio de que incluso los creadores más talentosos pueden perderse en el laberinto de sus propias ideas.

Imágenes: Ludovic Robert/Netflix

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