Menos es más

Por Ramiro Antico

Días perfectos (Perfect Days, Japón-Alemania/2023). Dirección: Wim Wenders. Con Koji Yakusho, Tokio Emoto y Arisa Nakano.

El refulgir del amanecer intimida las luminiscencias artificiales de una ciudad moderna, Tokio. Es temprano. Sin embargo, innumerables medios de locomoción cruzan el cuadro en todas las direcciones. Desde la amplitud de un gran plano general, se perciben como pequeños puntos resplandecientes. Perfect Days, el título del film, se inscribe sobre la imagen.  Corte.  El movimiento de las copas de los árboles sirve de telón para imprimir los nombres de ambos protagonistas: el director Wim Wenders y el actor Koji Yakusho. Para los créditos restantes habrá que esperar hasta el final.  Ahora, la cámara se sitúa curiosamente baja, casi a la altura del suelo y, con esa percepción de lo real que solo una óptica de 50mm puede dar, muestra un hombre que barre la calle. Es una elegante forma de homenajear a Yasujiro Ozu, el reconocido maestro del director alemán que, como cuenta Tokio Ga, filmó toda su obra con la cámara a esa altura y con un lente de dicha distancia focal. El sonido de la escoba hace eco en el personaje principal hasta que suspira y abre los ojos. Su nombre es Hirayama. Su habitación, ascética. No hay nada de más.

Entre la imagen y la palabra existe una diferencia de naturaleza. Peca de vanidad quien pretende abarcar mediante las letras una pieza cinematográfica de dos horas. Con los primeros cinco planos podría ser suficiente. Wenders, a sus 78 años, es capaz de condensar los elementos que lo constituyen como artista en cada imagen. Es preciso detenerse, abrir la percepción y contemplar. La secuencia inicial del largometraje permite reconocer los grandes intereses del director: los medios de transporte, la ciudad neón, la relación hombre-naturaleza, tan característica del romanticismo alemán, y el ascetismo, condensado en los viejos valores de la cultura japonesa. Los mismos que Ozu se ocupó de retratar durante toda su filmografía.

Hirayama despierta cada día antes de que salga el sol. Desarma su cama, la ubica siempre en el mismo lugar y se asea. Rocía agua sobre las hojas de sus plantas, las contempla y sonríe. Se viste con la única prenda de trabajo que posee. Se mueve con lentitud, sutileza, y simpleza. Le imprime a cada acción la relevancia del ahora. Antes de salir, agarra las escasas pertenencias que precisa para atravesar la jornada, una point and shoot entre otras. Cuando cruza la puerta mira al cielo como si reconociera los ángeles de Las alas del deseo. Sonríe. Respira. Lento. Silencioso. Sube a su furgoneta, elige un cassettey comienza su viaje. Mientras recorre la ciudad, el sol logra imponerse definitivamente sobre las luminarias citadinas. El cine está en presente siempre: quien se atreva a emplear otro tiempo verbal decreta su fracaso. Entonces, comienza a sonar The house of rising sun de los Kinks. Si en vez de una canción, Wenders hubiese elegido una pintura, sería sin dudas aquella que dio nombre al movimiento impresionista: Impression, soleil levant.

Todo el resto del film gira en torno a la idea de repetición. El componente principal de la historia es la rutina. Sin embargo, la dramaturgia prescinde de incurrir en ella para transmitirla. Introduce subtramas y personajes que intervienen en la vida del protagonista, como su joven sobrina. Sugerencias nada más, ningún aspecto se profundiza. Es el mismo Hirayama quien rompe lo alienante de sus prácticas rutinarias a partir de la contemplación estética: naturaleza, ciudad y arte. Hirayama aprecia todo en su justa medida. Incluso le da lugar a su capacidad creadora. Como fotógrafo nato, siempre lleva su Olympus MJU en el bolsillo del mameluco y, apenas da con la ocasión, retrata cómo los rayos del sol se filtran a través de las hojas.

En un personaje que realiza su oficio a la perfección, muchos encontrarán una oda al capitalismo. No obstante, en una contemporaneidad de estímulos hasta el cansancio, de saturación hasta la ceguera, de acumulación de materia y objetos sin solución de continuidad, Perfect Days presenta un personaje despojado, libre. Es una reivindicación de la sustracción, de la simplicidad, del vacío, fruto de una extraña combinación entre la ética protestante alemana, la filosofía zen japonesa y el esnobismo por lo analógico. Hirayama no tiene casi objetos. Apenas habla. Presta atención solamente a lo que hace, al presente. Escucha tapes, lee libros en papel, no usa celular, tiene una sola lamparita, un solo grifo de agua. Se suspende en la contemplación de la naturaleza, aunque también de la ciudad. Se apropia de su tiempo y de su espacio porque cada cosa que hace, que son pocas, las hace prestando todo su ser.

El Nuevo Cine Alemán es uno de los momentos más interesantes de la historia del cine. Wim Wenders podría no ser quien mejor lo represente. Sin embargo, como cineasta ha tocado puntos realmente altos en su filmografía: Alicia en las ciudades, Falso movimiento, El amigo americano, En el transcurso del tiempo y Paris-Texas. Perfect Days se acerca a ese nivel solo por reenvíos. Para la escena del cine contemporáneo y para el estado de las cosas, constituye un excelente aporte, de acción dilatada y sentimental.

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