Allí donde todo comienza

Por Tamara Bruzoni

Cómo llegué al Sur del Sur, de mi Antártida, retrospectiva 1969-2024 de Alberto Morales. Curaduría de Viviana Oriola y producción por Box de Arte. En “Sala Castagnino” y “Sala Pérez Celis” de Sede Posgrado de Universidad de La Matanza (UNLaM). Moreno 1623, CABA. Avant Premiere 14 de junio. Apertura al público desde  el 28 de junio al 18 de julio.

En su libro autobiográfico, presente en la muestra, Alberto Morales recuerda de sus días en el continente blanco, aquella incertidumbre que lo asaltó sobre “cómo describir la policromía del blanco antártico”. Ese espectro que desafió mi visión y mi espíritu… Al pisar la Antártida, el paisaje que imaginé estático y monocorde fue dinámico y multicolor.” El concepto en la obra del artista cobra la misma fuerza que la profundidad de los temas filosóficos que resguarda y atesora a través de la pintura. No haría justicia comparar su obra con la de otros pintores porque se repliega y significa sobre su propia creación. Salvando la distancia por el lenguaje utilizado, la vastedad del paisaje remite al desierto Sahariano que dibujó Antoine de Saint-Exupéry en El principito. Es que, en la experiencia intransferible que a todo humano le pertenece por derecho propio, existe un punto de inflexión detectable a lo largo de la vida que deviene punto de partida. La muestra, presentada como retrospectiva, logra dar cuenta de que su prolífera obra no ha sido una ocurrencia espontánea, sino que fue gestada a lo largo de sus cincuenta y cinco años de carrera en compromiso con el aprendizaje y un arduo trabajo de taller. La Antártida Argentina dominó así la escena temática en la totalidad de su producción artística desde el año 2005. Fue un viaje iniciático.

De un modo similar a la línea del horizonte tan presente en la obra del artista porteño, los espacios de arte “Pérez Celis y “Juan Carlos Castagnino” son anfitriones que delimitan espacialmente la muestra. En la sala del subsuelo se encuentra una selección de su época de estudiante donde el concepto de lo esencial ya aparece en sus tempranas acuarelas. La importancia que reviste la creación de colores propios es una impronta aprendida con el reconocido maestro Demetrio Urruchúa. El valor de lo cotidiano y lo cercano se hace presente en los óleos de naturalezas muertas por la representación de objetos más allá de lo evidente del género. Allí es donde produce cierta extrañeza la elección de objetos que parecieran abandonados, como el mate o la vieja jarra, pero que se conservan y se valoran con afecto desde su representación. En el mismo piso, una estratégica selección de fotografías presenta esculturas y objetos que dan cuenta de una época de su estudio con Enio Iommi y María Juana Heras Velasco. Resulta un paseo por la etapa que implicó, según sus palabras, “salirse del lienzo” y explorar otros espacios.

En cierto modo, las obras también recorren el camino de la historia del arte occidental en versión canónica, tal como fue presentada por sus maestros. Así es como el paso de un juvenil arte figurativo a uno abstracto en la madurez del artista, permite pensar lúdicamente aquella horizontalidad como una línea de tiempo que continúa en la planta superior. La obra «Témpano en el mar de Weddell» (2007) exhibe tonalidades de azules en grandes bloques de hielo. Su gran formato que se despliega por metros de altura y ancho la convierte en una experiencia inmersiva en relación a otras minuciosas pinturas de la sala que entran en la palma de una mano. Junto a ella, «Allá el glaciar» (2015) define un paisaje de síntesis con predominio de blancos elaborados con un sofisticado trabajo de veladuras acrílicas. Familias de obra con infinitos grises, blancos, azules y negros proporcionan una relectura novedosa del paisaje de este territorio aún en colores inversos a los imaginados. Para una experiencia plurisensorial es recomendable disfrutar del montaje sonoro “Todos los blancos juntos” (2021) de coautoría con Gabi Yaya, disponible para recorrer la muestra con sonidos de la Antártida, bandoneón y la propia voz en off del artista.

La línea horizontal se convierte en la protagonista indiscutida para plasmar los 360º del horizonte antártico. Sin embargo, la aparente simpleza constituye tan solo una excusa para lo que el artista viene a compartir: lenguaje, exploración y sentido que estuvieron presentes en la conciencia temprana como forma de comprender el mundo para poder comunicarlo. La perspectiva que mira al horizonte se traduce en un mensaje filosófico profundo que reafirma la existencia del espectador entre un arriba de “cielos” y un debajo de “suelos”. La pequeña comunidad antártica de expedicionarios enseñó a Alberto Morales que cada quien debe velar por la seguridad del otro, quien a su vez podrá velar por la seguridad de quien lo necesite. Frente a tan extrema condición, cada integrante desempeña un rol fundamental. “Nadie sobra, todos somos necesarios”. Del mismo modo, necesario es aquello que no se puede ver ni tocar en las atmósferas que pinta. A fin de cuentas, lo esencial es invisible a los ojos y durante la muestra comparte al público aquellos colores sin nombre que ya habitaban, desde antes, en algún lugar de su alma.

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