El poder de observar

Por Vera Lucesole

Guerra Civil (Civil War), (2024). Dirigida por Alex Garland. Con Cailee Spaeny, Kristen Dunst  y Wagner Moura.

Junto con un par de recortes de manifestaciones violentas y el presidente tragando saliva, la película nos arroja sin demasiada explicación a su mundo. En principio, lo único que queda claro es que en Estados Unidos hay una guerra civil, desde hace un tiempo indefinido, y los rebeldes de los estados separatistas planean que llegue a su fin el día de la independencia mediante la ejecución del presidente. En el marco del suceso que quedará para la historia, tres veteranos periodistas de guerra, Lee, Joel y Sammy, y una fotógrafa amateur, Jessie, planean ir a entrevistar y fotografiar al presidente antes de su hora final. Comprometidos con la causa, se embarcan en un peligroso viaje de carretera a la capital para poder poner en su currículum la cobertura del evento más relevante de la época.

En el recorrido de más de 1300km hasta Washington D.C., los protagonistas presencian la situación de deterioro absoluto de su nación y sus consecuencias: pueblos destrozados, hogares atrincherados por el bien de la vida de quienes viven ahí, y el cielo nocturno iluminado de disparos que asemejan estrellas. Por más desolador que se vea el panorama y, sacándole provecho las paradas de descanso, los cuatro periodistas se involucran en diversos combates de guerrilleros y de simples civiles para poder documentar el caos en el que se encuentran, aunque también llegan a verse metidos, involuntariamente, en circunstancias en donde el pase de prensa queda obsoleto. En cualquier caso, siempre está la muerte en primer plano y, lo interesante en esta obra es su forma de tratar con ella. Acá no existe la romantización del fin de la vida de nadie, no existe la cámara lenta mientras un soldado se derrumba en el piso, no hay contemplación. En cambio, hay shock, instantaneidad, crudeza, y sobretodo, pasividad. Las muertes son tan irrelevantes como el motivo por el cual se dispara, y ese cinismo casi absurdo es el esqueleto de esta película. Es incómodo, visceral, desolador. La violencia en nombre de lo que sea solo lleva a más violencia, el poder que se pretende unificador solo resulta en destrucción, sin separación entre salvadores ni villanos.

Más allá de su identidad bélica, la película es un gran caso de estudio de personajes. Como primer exponente, se encuentra la protagonista de la historia, Lee, quien es una famosa fotógrafa que está ya en los últimos momentos de su larga carrera. El oficio de presenciar horrores con su lente le está empezando a pasar factura ya que se ve atormentada por los recuerdos de sus grandes fotos y decide tomar este caso histórico como un último gran trabajo para coronar su recorrido profesional.

En su contraparte, la joven Jessie es una fotógrafa aficionada que vio la oportunidad de trabajar con su ídola en estas circunstancias y no dudó en tomarla. Esta pequeña aprendiz no está acostumbrada al campo de batalla. Al principio se muestra temerosa, impactada por los acontecimientos que presencia, empática por la gente que ve morir, pero poco a poco va tomándole el gusto a la adrenalina de capturar la muerte y de correr de las explosiones. Siempre tras los pasos de su mentora, Jessie se va transformando en lo que su heroína va dejando de ser, y como audiencia podemos ir presenciando el sutil desarrollo de su conversión.

En cuanto a su superficie, los hechos están exhibidos brutalmente mediante una cinematografía gigante, cruda y transparente, y es acompañada de uno de las mejores producciones de sonido de este año en el cine: el limpio sonido de las balas viajando, las intensas explosiones que rebotan en el cráneo, el crujir de los tanques por encima de los escombros, el inconfundible y claro sonido del obturador de la cámara que se escabulle en momentos estéticamente cruciales, el silencio absoluto ante el shock que hiela la espina, todos son efectos que potencian de manera excelente la visceralidad e incomodidad que nos presenta la cinta. Sumando a esto, los VFX  se lucen con una combinación de efectos prácticos y computarizados que generan paisajes espectaculares y puestas en escena que parecen sacadas de un documental. El despliegue técnico de Guerra Civil es sin duda su fuerte, y vale la pena llamarle la atención ya que, habiendo costado 50 millones, es la película más cara de A24, productora conocida por películas independientes, de bajo presupuesto en su mayoría.

Por último, deberá mencionarse la característica más distintiva y a la vez más controversial del film y es que, como expuesto previamente, su sustancia no apela a un grupo determinado, de hecho, todo lo contrario. Guerra Civil opta por mantenerse al margen y no servir en bandeja de plata conclusiones prefabricadas ni discursos complacientes y, lejos de ser tibia o vacía como se la acusa, se preocupa simplemente en documentar un futuro que no depende de lo que se ponga en la urna. En este caso, se pretende un llamado individual de responsabilidad en estos tiempos para desarmarse, de-escalar. La solución no vendrá de arriba hacia abajo, sino de abajo hacia arriba.

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