Un juego de a tres

Por Verónica Penetti

Desafiantes (Challengers, Estados Unidos, 2024). Escrita y dirigida por Luca Guadagnino. Con Zendaya, Mike Faist y Josh O´Connor. 

Recién comienza el partido y ya sabemos que los jugadores tienen asuntos pendientes. También sabemos que entre ellos hay una tercera en discordia. Van tres minutos de película y con un par de primeros planos ya entendimos de qué va. El partido es la final de un torneo de Challengers, una competición para jóvenes tenistas emergentes, y de fondo, una música que nada que ver: un coro de niños entonando una bella melodía de Purcell. De pronto, partido empatado, primeros sonidos de un sintetizador, plano abierto desde atrás del árbitro y en un zoom veloz, recto, al ritmo de la música, llegamos al otro lado de la cancha y la vemos. Ella es la que manda dentro y fuera de la cancha. Ok, Luca Guadagnino, ya me tenés. Además, venís con algunos puntos acumulados desde Llámame por tu nombre. Veamos cómo sigue.

Escena dos y ya tenemos un montón de información más: Zendaya (aún no sabemos el nombre del personaje) tiene tremenda cicatriz en la rodilla y pasó, al menos, la noche con Art Donaldson (Mike Faist), uno de los dos jugadores. Avanza la trama y descubrimos que, en realidad, ellos están casados y tienen una hija en común. Tashi Duncan (ese es el nombre de ella), además de esposa, es la entrenadora de Art, y este es el primero de los mil flashbacks que veremos en toda la película. Porque el eje de la narración siempre será ese bendito partido que no termina más. El otro jugador es Patrick Zweig (Josh O´Connor), y esa carita de pícaro inocentón que ya la tenemos de cuando interpretó al joven Príncipe Carlos en The Crown. Art es un jugador profesional que ya ganó un Grand Slam pero vuelve a una competición menor para “recuperar su confianza”. Patrick no puede pagar ni la primera noche de hotel con su tarjeta de crédito para hospedarse en el lugar del torneo, y no tiene más remedio que dormir en su camioneta.

A cuentagotas nos vamos enterando de cómo empezó esta historia hace doce años. Y ese recurso está muy bien: siempre volvemos al punto donde se ancla la historia, pero a la vez somos partícipes de todas las circunstancias que llevaron a los personajes a estar en esa situación. Esto nos hace ir reinterpretando la escena y mutando nuestras especulaciones a medida que avanza la trama. No empatizamos con un solo personaje durante toda la película, sino que vamos saltando de uno a otro (de la misma manera que lo hacen ellos con sexo de por medio). No hay dudas de que es un trío carismático. No falta la protagonista femenina de curvas hegemónicas que no se entiende cómo está tan en forma luego de una lesión que la sacó de las competiciones oficiales y de un parto, y que doce años más tarde se convirtió en la mujer que endureció (quizás demasiado) sus facciones y ya no le quedan expresiones. Tampoco falta el que encauzó su vida, pero todavía no sabe lo que quiere aunque lo tiene todo. También está el otro que nunca maduró y sigue siendo un juguete del destino y del azar.

El mayor logro de Luca Guadagnino en esta película fue la elección de la dupla musical. Trent Reznor (Nine Inch Nails) y Atticus Ross ya habían trabajado juntos en otros proyectos y ganaron el Oscar en dos ocasiones: Red social (2011) y Soul (2021). La música es el alma de la película y, como espectadores, nos metemos de lleno en la trama gracias a ella. Porque la realidad es que la película dura 132 minutos, cuando tranquilamente podría durar 95. La elección de la duración de los planos, o de las escenas, puede ser determinante. Y cuando uno ya se dio cuenta de lo que el director nos quiso decir con un intercambio de miradas, que se refuerza con otro intercambio de miradas, ya no hace falta que nos muestre un tercer intercambio de miradas. Mi mente hiperestimulada, en ese punto, ya está decidiendo a qué puesto del patio de comidas voy a ir cuando salga. Si la película la protagonizara Isabelle Huppert, te lo acepto. Es más, sería una condición sine qua non. Pero con la velocidad a la que va el relato, se subestima al espectador.

Quizás ya no quede nada por descubrir en el cine, pero siempre es bienvenido un punto de vista diferente, y más cuando ese punto de vista es parte de la narrativa. En este caso sucede eso, y Guadagnino lo logra magistralmente. La pelota pica y de repente estamos dentro de ella, y vamos de un lado para el otro hasta que chocamos con la red, y nos salimos para pasar a un plano general, o nos quedamos y nos lleva por el túnel del tiempo, y picamos en una cancha pero doce años antes. A veces somos las manos, los pies. Estamos debajo de la cancha como si fuera de vidrio, o somos la raqueta. Es una experiencia inmersiva, especialmente en momentos de tensión. Hubiera sido muy aburrido estar siempre del lado del espectador, mirando de un lado al otro. Prefiero ser la pelota de tenis.

Seamos sinceros, la película tiene demasiados clichés y conflictos diluidos, pero hay un punto, a la hora de película, en la que Art y Patrick están practicando en algún momento de su adolescencia. Art le hace una pregunta a Patrick y le pide que no responda con un sí o un no, sino que saque de tal o cual manera para responderle. Con ese gesto, Art entiende algo que parecía darle igual, pero en la forma en que se evapora su sonrisa, entendemos que no. Y este es el verdadero match point de la historia. Un momento decisivo que va a quedar en suspenso por años hasta el partido final. Los dramas adolescentes se potencian cuando llegan a la adultez porque no supieron gestionarlos a tiempo. Crecer es un juego difícil para este trío, y las decisiones que toman impactan a más personas a medida que avanzan de nivel. A veces, la vida les pasa por delante y ni se dan cuenta. Otras veces, hace falta solo un gesto, y al único que le faltaba entender, entiende.

Imágenes: Fotograma y afiche de la película

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