Por Ignacio Pedernera
Ezequiel Gusmeroti es Licenciado en Letras, docente e investigador. Tras haber participado como editor, crítico y compilador en diversas publicaciones, en el año 2022 publicó su primera novela, titulada Llueven muñecos, a través de la editorial Milena Caserola.
¿Cómo nace Llueven muñecos?
Esta novela nace de un trabajo que se fue gestando muy desorganizadamente. Es decir, empecé a escribir una novela que iba para un lado y después borré, taché, estiré y reescribí muchas veces. Así que, si bien es una novela corta, fue mutando bastante a lo largo del proceso de escritura. Además, me llevó tiempo terminarla, porque no sabía bien para dónde iba la cosa. Era una historia que avanzaba por fragmentos, por cortes. Lo que sí tenía en claro -o empecé a tener en claro mientras la iba escribiendo- era que quería presentar, en cada capítulo, alguna escena con potencia. A medida que escribía, pensaba mucho en imágenes. Ahí puse bastante trabajo. Por eso también aparece el guiño de los títulos de algunos capítulos: en algunos casos, los capítulos están titulados casi como si fueran un guion de cine. También tiene (eso lo dice Nara Mansur en el estudio preliminar) algo de la lógica del diario. Son capítulos que parecen entradas. Nació un poco de esa manera, tratando de encontrar no solo una historia (y me parece que eso fue lo más importante para mí al momento de escribirla), sino también un modo particular de contar algo. Es decir, no quería contar una historia lineal. También quería trabajar con las posibilidades de la novela, con la forma. Ahí también puse mucha atención, mucho trabajo. El proceso de escritura fue mutando mucho y fui descartando, tachando, borrando y tirando por eso, porque había cosas que, finalmente, no me interesaban. Por momentos, por esa cosa de seguir la linealidad de una historia, se transformaba más en una novela tradicional, y eso es lo que no me interesaba. Ahí es donde volvía a empezar. Me parece que esa es la génesis.
Y todo ese proceso está muy presente en la propia novela.
Sí. A mí la literatura que solo se queda en la anécdota, en la linealidad de la trama, no me interesa demasiado. Entonces lo que buscaba era eso, un trabajo con la forma. Y quería explorar, también, las posibilidades que admite la novela como género. Lo que me pasa con la novela es que la entiendo como un género de profunda libertad, un género en el que vale todo. Ahí adentro, uno puede meter lo que quiera, poesía, dramaturgia, ensayo. Y se puede jugar con eso, encontrar posibilidades. Para mí, ese era el desafío principal: buscar posibilidades para ir a algún lugar que no sea el esperado, el habitual.
Incluso la referencia literaria es un recurso importante dentro de la misma novela.
Sí, eso también es muy evidente. Y tiene que ver, por ahí, con una obsesión mía que es la de no dejar nunca de pensarme como lector. Por eso los personajes son lectores. Y son particulares, porque son marginales. Y, sin embargo, todos leen, todos hablan de libros, todos se vinculan por los libros. Entonces, sí, la relación con la literatura en la novela es muy fuerte y está puesta en un primer plano. Es un motor. De hecho, me gusta mucho algo que dice Nara Mansur en las palabras preliminares, esta idea de que los personajes llevan adelante “destinos leídos”. Pienso en el primer capítulo, donde R incendia todo el edificio y se va. Me gusta eso, esa idea de que, en realidad, si bien, en primera instancia, los personajes parecen muy extremos, no hay que leerlos de manera literal, sino, justamente, como personajes que también están salidos de películas, de novelas o relatos que han leído. Creo que esa, también, es una lectura muy posible. De hecho, la relación con el cine es muy evidente, no solo por lo que recién decíamos de los títulos en los capítulos, sino también por el epígrafe con el que arranca la novela (“El que salta al vacío no le debe ninguna explicación a los que se paran a ver”, Jean Luc Godard), que es casi un homenaje inintencional, porque Godard murió en los días previos a que se publicara la novela.
Hay mucha relación con el cine. En la manera de contar, pero en muchos otros sentidos, también. Bueno, otro de los personajes, S, es fanática de las películas de Polanski. Hay una relación muy fuerte con la literatura, el cine y con el teatro, también.
E, incluso, con la crítica.
Con la crítica también, claro. Creo que eso tiene que ver con obsesiones propias.
Se genera la idea de que los hechos de la realidad solo pueden ser descritos a través de la ficción. Incluso, en la novela, se da una discusión sobre matar al presidente.
Claro. Y, además, aparece el fracaso de querer hacerlo. En algún momento, uno de los personajes dice: “No hay idea más literaria que esa”. Todo es, de alguna manera, una exacerbación de la ficción. Que, finalmente, después, termina superada por la propia realidad.
Si bien la mayoría aparece mencionada en la misma novela, ¿tuviste algunas influencias que hayan quedado afuera?
Un montón, sí. No sé si influencias, porque no sé si la novela está influenciada, pero sí hay lecturas que me inspiran a escribir. Podría citar miles. Hay autores a los que vuelvo todo el tiempo, como Beckett, Kafka, Faulkner; César Aira, también. Llueven Muñecos tiene mucho de novela “aireana”, en algún punto, con ese derivar permanente. Saer, también. Esos autores están, de manera implícita, dialogando con todo ese mundo y con todo ese trabajo que intento describir. Ojalá pudiera acercarme un poco a todo eso, pero esas son influencias permanentes.
En general, las editoriales y la crítica literaria prestan especial atención a la novela y al cuento. Muy por atrás viene la poesía y, más atrás aún, la dramaturgia. Yo soy lector de textos dramáticos y, además, para mí, el teatro es una influencia fuerte, especialmente la figura del dramaturgo como autor. A Beckett, por ejemplo, no lo nombro solo por sus novelas, sino también por su dramaturgia. Dentro de Llueven muñecos está esa relación tan especial que S tiene con Sarah Kane y 4.48 psicosis, o la relación de R con Hamlet, por ejemplo. El teatro y la dramaturgia son, para mí, un discurso, un modo de decir muy especial que me interpela mucho y al que me interesa volver, leer. Siempre me moviliza al momento de escribir. Pero no escribo teatro. Sí escribí crítica teatral, muchísimo. Además, edité a “Tato” Pavlovsky, César Brié y a Eduardo Misch. Soy alguien que lee mucho teatro y va al teatro, disfruto mucho de esas dos instancias.
¿No como escritor?
No, paradójicamente, no me sale. Quisiera escribir una buena obra dramática, pero no me sale, de la misma manera que no me sale escribir buena poesía. Trato de escribir buena poesía, pero cuando la leo me parece una porquería. Me sale más fácil la narrativa.
¿Hay algo en especial en la narrativa que te facilita la escritura?
Para mí, hay mucho de poesía en la narrativa también. Está esta idea de Bolaño, de que la mejor poesía que se ha escrito en el siglo XX ha sido escrita en prosa. Hay algo de eso, también. Sin duda, leo mucha más narrativa que otra cosa. Es probable que ahí esté la razón. Pero no sé, cuando me siento a escribir siempre pienso en un relato, más que en un poema o en una situación dramática. Siempre pienso en un relato que me permita jugar con esas otras posibilidades, por esto que decíamos de que la novela pareciera un género que posibilita todo, que da lugar a jugar con lo que vos quieras. Por eso siempre voy para ese lado. O al cuento, que es un género que también me interesa mucho, con una potencia muy interesante. El cuento se consume rápido, entonces me gusta jugar con eso. Obviamente, tiene esta doble posibilidad: uno puede guardarse algo hasta el final para generar un efecto, o buscar un trabajo más elíptico, a modo del cuento moderno, trabajar con silencios, sugerencias. Siempre me gusta ir a los géneros, pero no para repetirlos, si no para buscar otras posibilidades. Eso me pasa con el realismo o con el absurdo. Y con el surrealismo, ¿no? Vuelvo a Llueven muñecos, que tiene un final muy surrealista. Me gusta también esa posibilidad de que, de pronto, sucede algo que parece no tener nada que ver con nada y, si lo empezás a mirar desde otro lugar, de pronto se conecta con aquella otra lluvia de muñecos que Charly García no pudo hacer en uno de sus conciertos, y la lluvia de papas fritas arriba de un pancho. Es decir, hay una ilación posible, pero que no es para nada explícita. Cabe en la mente de cada lector. Hay cierta cotidianeidad en la situación surreal, ahí hay algo kafkiano. De pronto aparece una situación sobrenatural dentro de lo cotidiano, pero el personaje rápidamente se adecúa a esas nuevas condiciones y trata de seguir su existencia con esa misma lógica.
¿Tenés intención de seguir explorando la novela como género?
Sí, estoy escribiendo, de hecho. En este momento estoy escribiendo una novela que creo que va a ser de largo aliento, más extensa. Vengo trabajando en esto hace rato. En el medio, estoy escribiendo más de una cosa. También escribo crítica, a veces, así que siempre tengo algo. Pero me parece que sí, esta próxima novela es diferente, va por otro lado. No tiene nada que ver con el tema de Llueven muñecos. Está mucho más vinculada a un mundo más íntimo, más familiar, incluso. Ojalá la termine. Pero es una novela distinta. Repasa la vida de una persona, y juega mucho con las voces. En este caso, se trata de la voz de una mujer, pero también de la cantidad de mujeres que hay en ella a lo largo de su vida. Son esas voces las que van superponiéndose a lo largo de la historia. Vamos a ver en qué termina, si es que termina.
