Sobredosis de estímulos: una oda a la pionera de la danza contemporánea

Por Paula Goodbar

Obra del demonio, Invocación XI, Bausch, de Diana Szeinblum. Dirigida por Diana Szeinblum. Con Celia Argüello Rena, Pablo Castronovo, Hernán Franco, Ivan Haidar, Barbara Hang, Josefina Imfeld, Alina Marinelli, Margarita Molfino, Andrés Molina, Rodolfo Opazo, Quillen Mut, Florencia Vecino y Diego Velázquez. En Teatro Nacional Cervantes. Libertad 815. Funciones: jueves, viernes, sábado y domingo, 20:00 hs.

El ciclo Invocaciones desembarca en la mítica sala María Guerrero del Teatro Nacional Cervantes. Este ciclo, ideado y curado por Mercedes Halfon, se propone revisitar las estéticas clásicas surgidas en el arte durante el siglo XX. Se convoca a directores de la escena teatral argentina actual para que compongan sobre el escenario a partir de la estética de otro artista que lo antecedió. Actualmente es el ciclo de curaduría teatral con mayor permanencia y estabilidad dentro de las artes dramáticas en Argentina, con casi diez años en escena sólo interrumpidos por la pandemia de Covid-19 y el consecuente cierre de salas teatrales que trajo consigo.

Diana Szeinblum se cruza en este contexto con la icónica Pina Bausch y logra llevar por primera vez al Teatro Cervantes una obra de danza. Una obra que cuestiona desde sus cimientos la teatralidad de la danza y viceversa, una obra que se plantea recuperar el teatro como espacio tanto para bailarines como para actores. La propuesta del espectáculo es sumamente ambiciosa desde todos los puntos de vista.

En principio, el diseño lumínico a cargo de Alejandro Le Roux resulta conmocionante: desde luminarias móviles y gigantes hasta pequeñas linternas de mano componen un universo asombroso en el que los espectadores se inmiscuyen y logran observar sólo aquello que se deja ver. Por otro lado, en cuanto al diseño escenográfico, Eduardo Basualdo y Cecilia Zuvialde se lucen creando el soporte visual de esta inmensidad teatral; las materialidades y las dimensiones empleadas no logran más que sorprender y dejar boquiabierto a quien las vea. El espacio construido es impactante y dinámico, una sobredosis de estímulos visuales que no paran nunca de suceder.

En cuanto a los bailarines, su labor en escena es más que destacable. La precisión de cada movimiento, los desplazamientos, los cambios de ritmo… todos elementos que al combinarse dan origen a una máquina que los excede y se mueve por sí sola. La máquina Pina, que Szeinblum consiguió montar y poner a funcionar haciendo parecer simple semejante hazaña.

El espectáculo deslumbra y conmueve. Invoca a Pina Bausch desde una mirada nacional y actual, brindándole así un nuevo aspecto, una novedad que convoca a que se la visite. Una lectura de la danza desde el teatro que permite conjugar ambos lenguajes y que se entremezclen en el escenario. Una inmensidad de elementos, tres horas de bombardeos de imágenes y sensaciones que escapan a la descripción de la palabra: es entonces cuando sólo quedan los cuerpos.

Imágenes de prensa.

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